Al parecer
toda su vida soñaría con lo imposible, así había sido y así seguiría, como todo
orden del universo. Se levantaba día a día imaginado un bello final para sus
historias, llenas de novelísticos, y a su vez irreales, sucesos. Buscaba la forma
de invertir los personajes de su vida real, cambiando roles y estableciendo
reglas por las cuales lo imposible, fuera lo mas normal. Cada día un montaje
diferente. De momento era arquitecto, pensador, escritor, filósofo, era todo lo
que él quisiese ser, el limite era tal vez la interrupción abrupta de la
realidad, el choque con algún hecho rutinario, las palabras rutinarias (odiaba
las frases rutinarias, los reflejos de bichito asustado, de pobre diablo: “si,
señor, enseguida”). No existían en su vida amigos, padres, hermanos, conocidos
reales, sólo gentes. Gentes de ficción, a las que podía manipular, tal vez por
mero mecanismo de supervivencia, por la fatiga de realmente interesarse en
otros; tal vez porque de hecho su vida había sido de esas de novela de la
tarde, con dramas ridículos que nunca llego a comprender, tal vez porque su
rencor lo había retraído y alejado de la gente. Por esto, pienso yo que él era
feliz con su mágico entorno. Todos los que lo rodeaban eran personajes, fichas
si se quiere; con quienes hacía y deshacía a su antojo.
Criticaba su
obra rigurosamente, pero nunca se arrepentía de los errores cometidos (aquellas
fallas de atención donde dejaba escapar los detalles más, a su criterio,
relevantes), y extremaba su modestia en sus éxitos. Los libretos eran
elaborados en su mente, una, dos, tres o las veces que fueran necesarios.
Repasaba cada discurso hasta que cada palabra saliera de su boca en el instante
indicado, dando lugar al curso de su obra. Planeaba durante días un buen final
para estas, y la unión con la consiguiente. Por lo cual, ahora podemos decir
que no era simplemente un soñador era un artista de los sueños, un mago, loco,
raro, desequilibrado, alienado, maniático, también listo, capaz, perspicaz,
ingenioso, instruido, pero sobre todo vivo en sus sueños.
Elegía las
horas de la tarde, donde la ciudad parecía ser un campo perfecto para su
producción y aquellos lugares en los que nunca le fallaba la inspiración y los
protagonistas de la obra. Podía vérselo sentado en alguna plaza, escalera u otro lugar en el que la concurrencia de
gente fuese importante. Allí empezaba su juego. Y no sólo utilizaba esos
personajes para que interfieran en su utópica realidad, sino que previo a eso,
les buscaba una posible realidad de la que partieran. Les confeccionaba un
cuento, especificando su origen, personalidad, sentimientos, preocupaciones,
entre otros; luego comenzaba el ensamble con algunos otros que ya habían sido
recreados, tenía algunos preferidos.
Aprovechaba
cada momento de soledad para rodearse de esos personajes, de esos cuerpos
vacíos a los que les tendría que proporcionar la esencia de la vida. Y los
miraba, los analizaba, estudiaba cada movimiento que en cinco minutos ese
cuerpo pusiese hacer. No le costaba mucho el enlace, si la narración de sus
historia a medida que esta transcurría. Su cerebro pasaba a ser una editorial.
Tomando la singular característica de nuestro amigo, podríamos imaginarla como
una gran hoja y palabras q se van uniendo, oraciones q conllevan a otras, luego
párrafos, puntos y diálogos, todo estaba allí. Seguramente podríamos visualizar
también en ella los borradores, las notas al margen, algún detalle olvidado,
manchas de “tinta”. Disfrutaba
de cada acto, de cada palabra dicha. Pero le perturbaba no poder finalizar su
obra, le fastidiaban las interrupciones, la falta de tiempo real para dedicarse
de lleno a esta irresistible e insólita percepción de su todo; eso a lo que él
llamaba vida, aunque de ella nada se supiese o se tuviera en cuenta.
Pese a su preferencia
por la tarde cálida y vigorosa, solía despertar a la madrugada para continuar
alguna historia mal cerrada. Las repensaba y rearmaba. Más de una vez su
hermana comenzaba a gritar al verlo, inmóvil, sentado en una silla del gran
comedor, con la mirada fija en la ventana, sin que nada le incomodase (ni el
frío, ni los estruendosos relámpagos, ni su hermana chillando, ni el propio
cansancio). Se sumía en un mundo totalmente nuevo. Lo absorbía su imaginación y
parecía quedar desconectado de su cuerpo.
Cierta vez,
logró incendiar por completo la ciudad de la majestuosa Notre Dame, de punta a
punta en un rojo furioso, vivo y ardiente la soñó. Fue el espectador más
privilegiado, desde lo alto de la Catedral lo vio todo, cada ínfimo detalle en
esa postal, incluso le pareció escuchar a Victor Hugo que entre las llamas le
decía, como un susurro: Y la catedral no era sólo su compañera, era el
universo; mejor dicho, era la Naturaleza en sí misma. Él nunca soñó que había
otros setos que las vidrieras en continua floración; otra sombra que la del
follaje de piedra siempre en ciernes, lleno de pájaros en los matorrales de los
capiteles sajones; otras montañas que las colosales torres de la iglesia; u
otros océanos que París rugiendo bajo sus pies. Esa fotografía para sí mismo, la llevo un tiempo,
reviviéndola, incluyéndole personajes a su “Gran Fogata de Invierno”.
Otro de sus
tantos fue “La huida de la prisión” que le llevó una semana perfeccionar hasta
verlo a la perfección. Al verse fastidiado y esclavizado en un edificio lleno
de cubículos dos por dos, en lo que llamaríamos “su trabajo”, dejo de lado las
identidades de los compañeros que ahora era reos, sedientos de libertad, de
ganas de ver mas allá de esas paredes, de sublevarse en contra de la autoridad
hostil y represora de la prisión, tan gris y tan triste, olvidada. Vio a esos
hombres planear y descubrir la luz de la libertad. Los vio golpeando a los
guardias y revoleándoles sabanas blancas que pudieron ser hojas, legajos o
simplemente eran sabanas, pisoteando, rasgando las paredes hasta la salida. Fue
un momento sublime, fue un nacimiento el llegar al otro lado, la felicidad de
los rostros despiertos y libres, el aire puro.
Pese a que
era feliz con sus sueños, que eran solo suyos,( porque le era imposible
transmitir si quiera lo que era el hecho de soñar, de soñar como él, tan
despierto y vivo) se sentía todavía vacío, lleno de sensaciones pero nada de
eso lo llenaba completamente, había un instinto por debajo mas fuerte, pero que
no podía dejar salir. Su obra fue creciendo, ya no se limitaba solo a una
escena, un sueño, sino que los abría y cerraba constantemente como pasando por
distintos archivos, de repente uno,
luego otro, volvía al anterior, elaboraba uno nuevo. Trataba de innovar con aquello que tenia
cerca, investigaba para elaborar los escenarios de la mejor manera posible, así
una sala de espera era un viaje en avión, un cafetería cualquiera subía de
nivel para ser el Tortoni y cualquier cine, era un Colón.
El trabajo y
los sueños lo tenían bastante cansado. De hecho la vida del hombre lo tenía
cansado. Los actos diarios, la rutina inevitable que caía como la noche, como
el día. Se estaba cansando de sí mismo, ya los sueños no lo ayudaban a
evadirse, algo le faltaba y era una molestia esa vida insatisfactoria y
miserable.
La solución
llego una noche, mientras soñaba, pero un sueño real, profundo. El día había
sido agotador, entre discusiones sobre papeles, la evaluación de personal, el
traje, la lluvia, el auto roto, el instinto, la presión del pecho que lo quería
afuera, afuera de ese mundo de corbatas. Le pareció extraño que al llegar a la
casa se encontrara con un gato en el pasillo, pero lo mas extraño fue la mirada
del gato, comprometida con él, algo quería el animal pero él no podía entender
que era aquello. Le dejo un poco de lo
que sobro de la cena en un platito afuera de la casa y el gato no comió, sin
embargo, seguía llamándolo desde afuera, seguía exigiéndole algo que él no
podía entender.
Despertó
debajo de un árbol, era todavía temprano, el sol apenas se asomaba por el
horizonte. Olió un poco alrededor y le fue familiar por lo que se puso a
recorrer la maleza buscando donde poder recostarse, de alguna manera se sentía
lleno, tal vez la cena le había caído mal, pensó primero. Se recostó sobre sus
patas delanteras y durmió un rato más. Ya con el sol del otro lado de su cabeza
logró levantarse en busca de hidratación. Llegó a un arroyo donde pudo sorber
el agua, tan limpia y natural. De alguna manera, se sentía como nunca en su
vida, quiso expresarlo y decirlo pero solo escuchó un ruido, un rugir que lo
asustó y lo llevó de vuelta a su árbol. Escondido esperó la noche, no podía
entender muy bien que estaba pasando, pero estaba calmado y alerta, era ya una
imagen de oscuro impenetrable, él solo…
esperando. De repente, algo lo impulso a correr, seguía algo, sin verlo
directamente, quiso gritarle “esperá” pero nuevamente solo escucho el rugir y
la caída de un animal golpeado. Creyó desmayarse unos segundos, y al
levantarse, vino como un rayo de luz la claridad, comprendió quien era y que
hacía allí. Entendió que su lugar siempre había estado allá, en su África amada
y que los sueños, sueños eran. Aquel mundo de los hombres no le pertenecía más,
había logrado entenderlo pero se había dejado ganar como todos ellos. Ya era
tiempo de volver a su vida, a su sangre de leopardo recorriendo su cuerpo, a su
naturaleza sin paredes ni obligaciones, a su instinto animal sin el peso en los
hombros, a la libertad. Comprendió que todo aquello había sido un largo sueño, volvió
con la presa al árbol, que ya no era suyo, era de la vida que se lo prestaba;
como él, ya no un instrumento, un muñeco de, sino un simple ser lleno de
libertad.