"Alguna historia" fue creado con el objetivo de compartir mis escritos, ideas, fotos,... en fin, historias diversas. Espero disfrute de su pasaje por mi Blog, abrazos.
Micaela.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Soporifero



Al parecer toda su vida soñaría con lo imposible, así había sido y así seguiría, como todo orden del universo. Se levantaba día a día imaginado un bello final para sus historias, llenas de novelísticos, y a su vez irreales, sucesos. Buscaba la forma de invertir los personajes de su vida real, cambiando roles y estableciendo reglas por las cuales lo imposible, fuera lo mas normal. Cada día un montaje diferente. De momento era arquitecto, pensador, escritor, filósofo, era todo lo que él quisiese ser, el limite era tal vez la interrupción abrupta de la realidad, el choque con algún hecho rutinario, las palabras rutinarias (odiaba las frases rutinarias, los reflejos de bichito asustado, de pobre diablo: “si, señor, enseguida”). No existían en su vida amigos, padres, hermanos, conocidos reales, sólo gentes. Gentes de ficción, a las que podía manipular, tal vez por mero mecanismo de supervivencia, por la fatiga de realmente interesarse en otros; tal vez porque de hecho su vida había sido de esas de novela de la tarde, con dramas ridículos que nunca llego a comprender, tal vez porque su rencor lo había retraído y alejado de la gente. Por esto, pienso yo que él era feliz con su mágico entorno. Todos los que lo rodeaban eran personajes, fichas si se quiere; con quienes hacía y deshacía a su antojo.
Criticaba su obra rigurosamente, pero nunca se arrepentía de los errores cometidos (aquellas fallas de atención donde dejaba escapar los detalles más, a su criterio, relevantes), y extremaba su modestia en sus éxitos. Los libretos eran elaborados en su mente, una, dos, tres o las veces que fueran necesarios. Repasaba cada discurso hasta que cada palabra saliera de su boca en el instante indicado, dando lugar al curso de su obra. Planeaba durante días un buen final para estas, y la unión con la consiguiente. Por lo cual, ahora podemos decir que no era simplemente un soñador era un artista de los sueños, un mago, loco, raro, desequilibrado, alienado, maniático, también listo, capaz, perspicaz, ingenioso, instruido, pero sobre todo vivo en sus sueños.
Elegía las horas de la tarde, donde la ciudad parecía ser un campo perfecto para su producción y aquellos lugares en los que nunca le fallaba la inspiración y los protagonistas de la obra. Podía vérselo sentado en alguna plaza, escalera  u otro lugar en el que la concurrencia de gente fuese importante. Allí empezaba su juego. Y no sólo utilizaba esos personajes para que interfieran en su utópica realidad, sino que previo a eso, les buscaba una posible realidad de la que partieran. Les confeccionaba un cuento, especificando su origen, personalidad, sentimientos, preocupaciones, entre otros; luego comenzaba el ensamble con algunos otros que ya habían sido recreados, tenía algunos preferidos.
Aprovechaba cada momento de soledad para rodearse de esos personajes, de esos cuerpos vacíos a los que les tendría que proporcionar la esencia de la vida. Y los miraba, los analizaba, estudiaba cada movimiento que en cinco minutos ese cuerpo pusiese hacer. No le costaba mucho el enlace, si la narración de sus historia a medida que esta transcurría. Su cerebro pasaba a ser una editorial. Tomando la singular característica de nuestro amigo, podríamos imaginarla como una gran hoja y palabras q se van uniendo, oraciones q conllevan a otras, luego párrafos, puntos y diálogos, todo estaba allí. Seguramente podríamos visualizar también en ella los borradores, las notas al margen, algún detalle olvidado, manchas de “tinta”.  Disfrutaba de cada acto, de cada palabra dicha. Pero le perturbaba no poder finalizar su obra, le fastidiaban las interrupciones, la falta de tiempo real para dedicarse de lleno a esta irresistible e insólita percepción de su todo; eso a lo que él llamaba vida, aunque de ella nada se supiese o se tuviera en cuenta.
Pese a su preferencia por la tarde cálida y vigorosa, solía despertar a la madrugada para continuar alguna historia mal cerrada. Las repensaba y rearmaba. Más de una vez su hermana comenzaba a gritar al verlo, inmóvil, sentado en una silla del gran comedor, con la mirada fija en la ventana, sin que nada le incomodase (ni el frío, ni los estruendosos relámpagos, ni su hermana chillando, ni el propio cansancio). Se sumía en un mundo totalmente nuevo. Lo absorbía su imaginación y parecía quedar desconectado de su cuerpo.
Cierta vez, logró incendiar por completo la ciudad de la majestuosa Notre Dame, de punta a punta en un rojo furioso, vivo y ardiente la soñó. Fue el espectador más privilegiado, desde lo alto de la Catedral lo vio todo, cada ínfimo detalle en esa postal, incluso le pareció escuchar a Victor Hugo que entre las llamas le decía, como un susurro: Y la catedral no era sólo su compañera, era el universo; mejor dicho, era la Naturaleza en sí misma. Él nunca soñó que había otros setos que las vidrieras en continua floración; otra sombra que la del follaje de piedra siempre en ciernes, lleno de pájaros en los matorrales de los capiteles sajones; otras montañas que las colosales torres de la iglesia; u otros océanos que París rugiendo bajo sus pies. Esa  fotografía para sí mismo, la llevo un tiempo, reviviéndola, incluyéndole personajes a su  “Gran Fogata de Invierno”.
Otro de sus tantos fue “La huida de la prisión” que le llevó una semana perfeccionar hasta verlo a la perfección. Al verse fastidiado y esclavizado en un edificio lleno de cubículos dos por dos, en lo que llamaríamos “su trabajo”, dejo de lado las identidades de los compañeros que ahora era reos, sedientos de libertad, de ganas de ver mas allá de esas paredes, de sublevarse en contra de la autoridad hostil y represora de la prisión, tan gris y tan triste, olvidada. Vio a esos hombres planear y descubrir la luz de la libertad. Los vio golpeando a los guardias y revoleándoles sabanas blancas que pudieron ser hojas, legajos o simplemente eran sabanas, pisoteando, rasgando las paredes hasta la salida. Fue un momento sublime, fue un nacimiento el llegar al otro lado, la felicidad de los rostros despiertos y libres, el aire puro.  
Pese a que era feliz con sus sueños, que eran solo suyos,( porque le era imposible transmitir si quiera lo que era el hecho de soñar, de soñar como él, tan despierto y vivo) se sentía todavía vacío, lleno de sensaciones pero nada de eso lo llenaba completamente, había un instinto por debajo mas fuerte, pero que no podía dejar salir. Su obra fue creciendo, ya no se limitaba solo a una escena, un sueño, sino que los abría y cerraba constantemente como pasando por distintos archivos, de repente uno,  luego otro, volvía al anterior, elaboraba uno nuevo.  Trataba de innovar con aquello que tenia cerca, investigaba para elaborar los escenarios de la mejor manera posible, así una sala de espera era un viaje en avión, un cafetería cualquiera subía de nivel para ser el Tortoni y cualquier cine, era un Colón. 
El trabajo y los sueños lo tenían bastante cansado. De hecho la vida del hombre lo tenía cansado. Los actos diarios, la rutina inevitable que caía como la noche, como el día. Se estaba cansando de sí mismo, ya los sueños no lo ayudaban a evadirse, algo le faltaba y era una molestia esa vida insatisfactoria y miserable.
La solución llego una noche, mientras soñaba, pero un sueño real, profundo. El día había sido agotador, entre discusiones sobre papeles, la evaluación de personal, el traje, la lluvia, el auto roto, el instinto, la presión del pecho que lo quería afuera, afuera de ese mundo de corbatas. Le pareció extraño que al llegar a la casa se encontrara con un gato en el pasillo, pero lo mas extraño fue la mirada del gato, comprometida con él, algo quería el animal pero él no podía entender que era aquello.  Le dejo un poco de lo que sobro de la cena en un platito afuera de la casa y el gato no comió, sin embargo, seguía llamándolo desde afuera, seguía exigiéndole algo que él no podía entender.
Despertó debajo de un árbol, era todavía temprano, el sol apenas se asomaba por el horizonte. Olió un poco alrededor y le fue familiar por lo que se puso a recorrer la maleza buscando donde poder recostarse, de alguna manera se sentía lleno, tal vez la cena le había caído mal, pensó primero. Se recostó sobre sus patas delanteras y durmió un rato más. Ya con el sol del otro lado de su cabeza logró levantarse en busca de hidratación. Llegó a un arroyo donde pudo sorber el agua, tan limpia y natural. De alguna manera, se sentía como nunca en su vida, quiso expresarlo y decirlo pero solo escuchó un ruido, un rugir que lo asustó y lo llevó de vuelta a su árbol. Escondido esperó la noche, no podía entender muy bien que estaba pasando, pero estaba calmado y alerta, era ya una imagen de  oscuro impenetrable, él solo… esperando. De repente, algo lo impulso a correr, seguía algo, sin verlo directamente, quiso gritarle “esperá” pero nuevamente solo escucho el rugir y la caída de un animal golpeado. Creyó desmayarse unos segundos, y al levantarse, vino como un rayo de luz la claridad, comprendió quien era y que hacía allí. Entendió que su lugar siempre había estado allá, en su África amada y que los sueños, sueños eran. Aquel mundo de los hombres no le pertenecía más, había logrado entenderlo pero se había dejado ganar como todos ellos. Ya era tiempo de volver a su vida, a su sangre de leopardo recorriendo su cuerpo, a su naturaleza sin paredes ni obligaciones, a su instinto animal sin el peso en los hombros, a la libertad. Comprendió que todo aquello había sido un largo sueño, volvió con la presa al árbol, que ya no era suyo, era de la vida que se lo prestaba; como él, ya no un instrumento, un muñeco de, sino un simple ser lleno de libertad.